En el quirófano no hay sangre en polvo, ni sangre que llegue al río, y menos sangre en la arena. No hay tomates enlatados. No hay agujas en los huesos. Ni tigres que ladren a la luna, ni luna con un sombrero de fuego. Tampoco hay ventanas ni cielos rojos. Ni diarios amarillos que me cuenten otro cuento. El hombre del bisturí no tiene brazos, ni ojos. Y me habla con mi boca. El día menos pensado… me dice. Mientras con los pies me pinta glicinas en las rodillas. Este Arcimboldo sin frutas en la cara, me siembra un malvón en el ombligo. Como no sabe mi destino, me tira un dado en el vientre. Quizás me brote una risa cuando me corte por las marcas dibujadas en el pecho. Me saque el corazón. Me seque. Quizás me lleve adonde no estaré jamás. Ahí, donde un gato siamés tan bizco como el mío se me acomode en el cuello. Y los amorosos se me acurruquen en los costados del cuerpo. El hombre del bisturí juega detrás del malvón con mi cuerpo en su frente. Y decide que hoy es el día menos pensado. Desnudo de sí, se pone los ojos y besa con mi boca. Se pone los brazos, se cambia la cabeza y sale por la puerta de emergencia.
En este quirófano no hay certezas. No te cosen las heridas. La sangre se queda en las venas.
Hay garras en los ojos y manos que saben de vientos, aunque el destino no deje propina.