17 de enero de 2013

Quien abrirá la puerta


A medianoche alguien abrirá la puerta. No servirán cerrojos, talismanes ni extraños conjuros.
Voces errantes conspiran a mi espalda.
Una trombosis del habla sobrevuela el mundo. Las palabras son sólo palabras y no distingo el tono de quien las dice. Sin magia no producen cefaleas, ni asombro, ni espamos. 
El musgo, que fue tibio alguna vez, crece por el frío y se multiplica por la escoliosis de mis costillas. No hay lava cabalgando por las venas. No hay apuestas al después. Ni metadona que pueda aletargar este vacío que inunda mi cuerpo.  
El dolor más corrosivo ya comió mi pelvis. Los divertículos mordieron los límites y rasgaron la carne. Se fueron los escorpiones de la almohada. La herida humea cada vez menos. Y ya ni me afecta el clima áspero, de esta ciudad de huesos fracturados y agujas en los ojos.
Parpadeo insignificantes taquicardias que se pierden en la bruma del pecho. Se deshacen los ecos del trueno.  Y apenas persisten suspiros cuando soplo el aire, como un enfisema interminable. Como un jadeo de viento marchito.
Ya no es fascinante el viaje si los pájaros que miro no son los que nos vieron. Ya nada deslumbra. Si pudiera cerrar los ojos y no ver. Pero la maldita memoria no enceguece todavía. Recorre arterias petrificadas mezclando las placas del tiempo, mientras se bebe las últimas sombras de sangre.
Duermen las garras de la fiera. No vengas a buscarme. Yo abriré la puerta. Con calma, y los pies descalzos. Con esta metástasis de abrazos en la mirada. Sin sobras ni faltante. Sin amnesia ni alcaloides.  
Voces errantes hacen silencio cuando me acerco.

13 de enero de 2013

Con las piernas rotas

Abruma el día detenido. Desnuda, escondo la vergüenza en los rincones. Y una lágrima de morfina me duerme los sueños. Apenas veo mis pies con las uñas despintadas. No distingo las piernas, orquídeas negras decadentes que me amordazan a la cama. La soledad como un latido desborda la habitación. Cajones vacíos y la mañana que no llega.
Sin piernas camino por la oscuridad. Me tropiezo con alas de insectos gigantes. La torpeza me saca del camino, del juego. Y la desazón se mastica el después. No tengo adentro a la niña plantando luciérnagas. Ni al niño jugando a ser malabarista. Soy un cielo con nubes que se desgranan en migajas. Mísero alimento para la calandria que siempre me encuentra despierta. Envuelta en un raro candor me reprocha con mis palabras. Que no es el tiempo ni la hora, que el pasado que la lucha, que hay tantos que no quieren y tantos que no ven y tantos que no sueñan. Que la guerra y el hambre. Que esto no es nada, que el dolor se pasa y todo vuelve a ser igual. Decires de calandria vuelan rápido por la ventana abierta de mi encierro.
Si se apagan las flores. ¿Por dónde se comienza, de dónde hay que partir nuevamente?
Ya no arranco aguijones de las vísceras, ni desato los látigos de fuego. No suelto las redes. Ni me acuna tu recuerdo trepado en la nuca. 
Ya soy mi propia amnesia. Es tarde. Será qué es hora de caer rendida.