21 de febrero de 2011

Espera

Instante decisivo - Felipe Noe
Entra a la oficina y cierra la puerta de un golpe. Su propio portazo lo asusta y mueve la cabeza hacia todos lados. Busca el perdón con la mirada. Nadie se da vuelta. Ninguna mirada lo increpa. Se acerca al mostrador y saca un número. Lo mira indolente. Va hacia el final del salón y se sienta en una silla, en la última fila que se apoya sobre la pared. Enfrente y colgado del techo, un televisor con fondo azul muestra un número en la pantalla. Se saca el sombrero y un mechón gris se le escurre por la frente. Apoya la cabeza en la pared. Mete la mano en el universo negro de la copa del sombrero y guarda el número. Siente que su grito se congela en el aire vacío. Sus dos manos se cierran ahorcando al sombrero y se abrazan entre ellas. Sus ojos vuelan de las orbitas y buscan en la incertidumbre de la espera. Tanta espera. Tantos hombres. Tantos siglos. Los números parpadean en el televisor con fondo azul. Él no. Busca un desperfecto en el engranaje de la vida. Un quiebre en el hormigón. Se corre a la silla de al lado por un presentimiento de tormenta. El olor del trueno lo marea. El olor del acero de los cascos le sacude el cuello. Mira el techo. El cielo prometido por milenios. Y el cielo tira agua. Agua coagulada sobre su rostro. Sobre los surcos de su rostro. Y en los surcos se colorea el agua con el fuego. Desciende por su entrepierna. Encuentra el sexo olvidado por la luna. Un pedazo de mundo con moho se confunde con su pelvis. El viento fresco del sur le hace zancadillas a sus piernas. Los números vacíos del televisor corren desorientados. El fondo azul se desliza por el piso. Le moja los pies. Las caricias pisoteadas esquivan al verdugo que espera entre el humo denso de la nada. Sus manos le duelen como el país humillado. Han crecido como los cómplices del privilegio. Las manos se desbrazan del sombrero. Ennegrecen sus mejillas. Y exploran las sombras de su cuerpo silenciado. Las sombras rompen el hielo y los gritos florecen el silencio. Las soledades se escapan del sombrero y vuelan multitudes. Pájaros verdes sobre cabezas rojas. Un abrazo aparta las tinieblas. Una mano se estira y le coloca al hombre los ojos en las órbitas. Las orbitas llenas se mezclan con las huellas abiertas del tiempo. Las bocas parpadean. Y se abren como rosas rojas. Los labios se pierden entre los labios. El tiempo enardecido sepulta al verdugo y a la indolencia. Alguien grita su número. El hombre se levanta de la silla. Tiene mariposas en la mirada. Gotas de rocío sobre el pelo. Y la memoria encontrada en miles de crisálidas. Ya no le interesa el trámite. Sale de la oficina. Y despacio cierra la puerta.     

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