11 de abril de 2011

Sólo una caricia.doc

 
La ventana indiscreta - Luis Felipe Noé

Tenías la piel distraída y ausencia de sol en la mirada. Sin tan sólo hubieses llamado. No era retroceder en el tiempo, tomar un cuerno y gritar desde adentro. Era sólo una llamada. Pero eras un chico tecno y socializabas con los aurículares puestos, con los mails, con el Twitter y con el Facebook. Mensajes urgentes, continuos. Exceso de comunicación en una habitación cerrada.  Encerrado. En un océano de palabras, un desierto de expresiones. Miles de amigos se fueron acercando a tu vida publicada. Y te cubrieron de opiniones, de consejos, de informaciones. Útiles e inútiles. Cientos de palabras navegando de cabeza en cabeza, de cuerpo en cuerpo. Lejanos, sin olores, sin piel. Ni tibios, ni helados, ni calientes. Miles de cuerpos. Que no te podían tocar. Que no podías tocar. Tantas memorias y ningún recuerdo. Mientras en la habitación en penumbras, detrás de la máquina, se escondían tus ojos desmenuzados. Tus ojos sin muelles ni barcos. Perdidos en miles de identidades. Identidades interfaseadas, iluminadas, cambiando datos, fantasías. Miles de vidas en una. Una vida en miles. Criando soledades. Comiéndose el azul de la mañana. Jugando la noche con juegos solitarios. Matar y matar gente en la cabeza y volverla a revivir. Respirando y expirando en cada intento de pelear la realidad. De extra desolado a actor principal y sin cambiar de escenario.
Un día estrellaste las imágenes contra la pantalla. Apagaste la máquina y se te oscurecieron las pupilas. Te desarmaste. Miles de blogs se desesperaron. Miles de amigos reemplazaron los ja por los snif. Se mandaron condolencias y cartas y versos y emoticones y mariposas con las alas negras.

Pero nadie me pudo armar con la mirada. Nadie apoyó su cabeza en mi hombro. Ninguna brisa me suspiró los ojos. Ninguna lágrima me incendió la piel. Ni un susurro detrás de la oreja. Ni un beso en la boca.
Si tan sólo hubiese llamado.

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