Abruma el día detenido. Desnuda,
escondo la vergüenza en los rincones. Y una lágrima de morfina me duerme los
sueños. Apenas veo mis pies con las uñas despintadas. No distingo las piernas, orquídeas negras decadentes que me amordazan a la cama. La soledad como un
latido desborda la habitación. Cajones vacíos y la mañana que no llega.
Sin piernas camino por la oscuridad. Me
tropiezo con alas de insectos gigantes. La torpeza me saca del camino, del
juego. Y la desazón se mastica el después. No tengo adentro a la niña plantando
luciérnagas. Ni al niño jugando a ser malabarista. Soy un cielo con nubes que
se desgranan en migajas. Mísero alimento para la calandria que siempre me
encuentra despierta. Envuelta en un raro candor me reprocha con mis palabras. Que
no es el tiempo ni la hora, que el pasado que la lucha, que hay tantos que no
quieren y tantos que no ven y tantos que no sueñan. Que la guerra y el hambre.
Que esto no es nada, que el dolor se pasa y todo vuelve a ser igual. Decires de
calandria vuelan rápido por la ventana abierta de mi encierro.
Si se apagan las flores. ¿Por dónde se
comienza, de dónde hay que partir nuevamente?
Ya no arranco aguijones de las
vísceras, ni desato los látigos de fuego. No suelto las redes. Ni me acuna tu
recuerdo trepado en la nuca.
Ya soy mi propia amnesia. Es tarde. Será
qué es hora de caer rendida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario