31 de octubre de 2010

Presentación

Me encontré con ella en los sesenta. Tenía diez años, una infancia feliz, jugaba al futbol y soñaba con ser veterinaria para curar  a todos los animales enfermos. 
La perdí en la escuela de monjas.
Y  la encontré trabajando en la villa para  cambiar al mundo. 
La volví a perder en el 65, en la fiesta obligada de los quince, con acné juvenil y peinado batido, discutiendo si Los Beatles o Los Rolling, cuando en realidad moría  por Zitarrosa y Los Olimareños. 
La encontré nuevamente en el 67, en las lágrimas compartidas del primer dolor intenso de la muerte, que viajaba desde Bolivia.
La escondí en la dura militancia de los 70.
La lloré en el horror del 76.
La seguí  en el desarraigo del exilio.
La sentí junto a los amigos desaparecidos. 
La vi desde lejos en el 83, pero no se quiso acercar.
La busqué en el 84, ya estaba con el gran amor de su vida y dos años después, la felicidad fue completa con el nacimiento de su único hijo. 
Me desencontré totalmente en los 90, odiaba la pizza y el “yampán”. La había inmovilizado tanta decadencia. 
En el 2000 la vi enojada, raro en ella. Insistía en cambiar al mundo. 
En el 2001 la encontré entre los gases en Av. de Mayo y Tacuarí. 
A partir de ahí la vi con sus dos amores (sus hombres) y sus dos amorcitos (sus gatos), en la casa, en el trabajo, con los amigos. 
En el 2008, la tuve que abrazar fuerte. Su amor se enfermó.
Creí que no se podría levantar cuando a fines del 2009 su amor no pudo luchar más. 
Cuando la extraño mucho, la busco con Aureliano Buendía o con La Maga. 
Siempre la encuentro en las carcajadas del hijo o en el recuerdo sereno de los ojos que la dejaron soñar. 

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