3 de noviembre de 2010

Como un árbol

Sus hijas no podían creer que a los noventa y tres años tuviera pajaritos en la cabeza. No son pajaritos protestaba el viejo, son loros, me hablan todo el tiempo. Me aconsejan y me entretienen.
Cuando el viento cantaba, movía alegremente los brazos tratando de subirse a las nubes que pasaban. Sus hijas  murmuraban: pobrecito papá.
Amarrado desde siempre al mismo lugar, sabía que ellas pronto lo abandonarían.
Los guiños de las mariposas lo hacían volar hacia mundos desconocidos. Esos que les inventaba a sus hijas desde que eran retoños.  
Los loros lo habían convencido. Cuando las sombras de la noche se escondieron del sol, el viento cómplice sopló. Los loros y todos los pájaros de su cabeza, lo ayudaron a levantarse. El viejo desprendió sus raíces de la tierra. Y voló.  

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