13 de noviembre de 2010

El graznido de un pato

Pintura: Quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos de Ricardo Carpani

Se despertó con el graznido de un pato. Imaginó que estaba dentro de alguno de esos sueños que lo perseguían. Pero cuando abrió los ojos, vio al pato que lo miraba con ojos de pato, desde la ventana de la habitación.
Odiaba  a los patos. A los patos las vacas los perros y a todo el reino animal. Por eso se fue de la granja en donde había nacido. Por eso se hizo verdulero y vegetariano y por eso se fue a Londres. No soportaba el olor a carne de los argentinos. Y suponía que no encontraría ninguno en ese país, tan poco afín a los gustos de sus compatriotas. No le importaba la fama de piratas de los ingleses, el robo de las islas, el gol de la mano de Dios, George Orwell o Los Beatles. Sabía que los ingleses adoraban a los perros, pero los tenían tan limpios que olían a almendras.
Amaba  Londres, porque no olía a carne, aunque a veces le molestara el tufillo a pescado de las industrias al lado del Támesis. Le encantó el olor de las cebollas que flotaba sobre la piel de los polacos, el de la canela en los ojos y en el pelo de los de Ceylan y el de cardamomo en las manos movedizas de las guatemaltecas.
Se sentó en la cama y empezó a gesticular y gritar para ahuyentar al pato, que lo seguía mirando con esos espantosos ojos de pato. No tuvo suerte. Furioso manoteó un zapato y se lo tiró. El zapato voló por la ventana, el pato no. Se maldijo por la puntería. Se levantó para agarrarlo del pescuezo y tropezó con la pava que todas las noches dejaba llena y a mano para regar sus plantas. Había conseguido un trabajo en la verdulería de un indio al que apreciaba porque olía a nuez moscada. De ahí, se llevaba todos los días una ramita distinta que plantaba  y cuidaba. La habitación que alquiló en un viejo edificio cerca de Hyde Park, hacía de cocina comedor y dormitorio. Y ahí en el dormitorio, al lado de la cama, tenía cientos de macetas con distintas  verduras. Olió la tristeza de una albahaca y le roció las hojas con agua. Las guías trepadoras del zapallito se habían enroscado en la lámpara de la mesita de luz y las flores amarillas del pepino casi acariciaban al techo.
En el dormitorio flotaba un desagradable olor a humedad, debido al microclima formado por las plantas. Y este se hacía insoportable cuando se mezclaba con el aroma de las fresias, dejadas por la mujer que intentaba limpiar su dormitorio.
Cuando se dirigió a la ventana para asesinar al pato, se dio cuenta de que una garza picoteaba una planta de puerro, un colibrí aleteaba sobre las flores del zapallo y una lechuza lo miraba de reojo, con media lombriz fuera del pico.
Un pelícano le regurgitó una anchoa en la cara y una ardilla se trepó por el tutor de una planta de  tomate, mientras un conejo se entretenía en desgranar habas.
Su cuerpo se sacudió de ira desde las plantas de los pies.
Los ojos desolados de las papas pedían ayuda. Quiso salvar a unos cebollines, pero un cisne se los sacó de las manos.
Por primera vez, lloró en Londres.

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